Ha pasado un año desde que me senté delante del ordenador para escribir sobre las mujeres de mi vida: madre, tías, vecinas… formaron parte de mi infancia, me criaron, educaron y colaboraron en la creación de este ser pensante, escribiente, viviente.
A todos nos ha pasado de todo en este año, cosas buenas, no tan buenas, regulares, malas.
Todos hemos enfrentado retos personales, superados o no. Todos hemos vivido retos como sociedad.
Cuando parecíamos comenzar a levantar cabeza con las restricciones de la pandemia, mejorado las cifras, rebajado los contagios, la vida nos da otro zarpazo a modo de invasión bélica.
Vemos en las noticias largas filas de mujeres con sus hijos en brazos, empujando cochecitos, cogiendo fuerte sus manos en un interminable camino hacia otra tierra en apariencia más segura.
Otras los envían solos con un número escrito en la mano mientras se quedan, con el corazón roto, cuidando de los mayores incapaces de afrontar ese nuevo sufrimiento.
Algunas se han casado con el uniforme militar como atuendo de novia, casi en el campo de batalla, sin olvidar el amor en estos tiempos de lucha.
Y para ellas también hoy es su día.
Como para las sufridas y refugiadas mujeres de Yemen; como para las “escondidas” tras sus obligadas ropas, mujeres de Afganistán; como para las de Siria…
Como para las de todos esos lugares olvidados porque no son noticia de actualidad.
Sí, soy consciente de cuánto nos queda por avanzar como mujeres, de la brecha salarial, de la dificultad para conciliar, de las horas “extras” en el entorno doméstico, de las cuidadoras sin sueldo –ni derechos, sólo deberes-, de las mujeres sándwich –cuidan de sus nietos, atienden a sus progenitores-, de las sostenedoras de uno o más hogares con pequeños sueldos o mínimas pensiones…
Soy consciente de todo eso y también de cuánta falta nos hace crecer, evolucionar, cambiar como humanidad, con conciencia de unidad, sin diferencias.
Es mi sueño, trabajo por él y quiero hacerlo contigo.
0 comentarios